El tejido ósea, aunque parezca lo contrario, está constantemente modificando su estructura y, composición. Se trata, pues, de un tejido vivo y, por lo tanto -y en este caso-, susceptible de ciertas modificaciones.
El hueso está compuesto por dos tipos de sustancias bien diferenciadas. Por un lado, materia orgánica, esto es: magnesio, calcio, fósforo y demás sales minerales. Las sales minerales que se encuentran en el tejido óseo van a constituir el 90 ó 95 por 100 de las reservas del cuerpo humano, siendo su falta la causa principal de los trastornos óseos provocados por el raquitismo. A su vez, estas sales minerales van a proporcionar al hueso dos de sus propiedades físicas: tenacidad y dureza.
Por otro parte se va a encontrar la materia orgánica, formada por células óseas, fibra o colágeno, y sustancias elemental. Esta materia va a dotar al hueso de flexibilidad y elasticidad.
Con el fin de mantener el equilibrio correcto entre ambas materias en el adulto (75 por 100 inorgánicas -25 por 100 orgánica), va a ser imprescindible llevar una alimentación correcta, siendo fundamental en ella los vegetales -materia orgánica- y las carnes -materia inorgánica.
FACTORES QUE INTERVIENEN EN EL DESARROLLO DEL HUESO
Los factores que van a intervenir en este proceso son muchos, siendo unos de carácter endógeno -internos-, como las hormonas, la genética, etc., y otro de tipo exógeno -externos- como la alimentación, tipo de actividad física, posturas habituales, etc.
La actividad física estimula el movimiento de osteoblastos y condrocitos -células que hacen crecer el hueso en longitud y grosor-, dando lugar a un hueso bien desarrollado y resistente.
El desarrollo del hueso viene motivado, en el caso del miembro inferior, por las cargas en el eje longitudinal, y en el miembro superior por las tracciones.
Puede darse el caso de que las cargas empleadas durante la actividad física sean tan elevadas que modifiquen de forma negativa el crecimiento del hueso, deformándolo -caso frecuente en la columna vertebral- o retardando su crecimiento -al afectar directamente al cartílago de crecimiento.
Por otra parte puede producirse trastorno a causa de un traumatismo exterior, como es el caso de los jugadores de fútbol que empiezan en la infancia o primera adolescencia y que reciben golpes en la "espinilla" o se les producen esguinces en el tobillo.
Por lo tanto, la actividad física va a ser beneficiosa para el desarrollo correcto del sistema esquelético del niño, porque prevendrá siempre las causas que puedan ocasionar trastornos negativos.
No obstante, debe tenerse en cuenta que los entrenamientos de altísima intensidad que se llevan a cabo actualmente vienen ocasionando un desarrollo desequilibrado de la masa muscular, dando lugar a lesiones en las inserciones de los músculos.
La realidad es que, en determinadas circunstancias, el hueso puede incluso modificar su estructura. Los ejemplos más frecuentes son éstos:
- En la escoliosis, las vértebras en cuña provocadas por una carga excesiva en los puntos de desarrollo. - La enfermedad de Osgood Slaeter, en la tuberosidad anterior de la tibia -hueso frontal de la pantorrilla-, provocada por una elevada tensión del músculo cuadríceps. - Cuando se produce una fractura, las líneas de fuerza del hueso (trabéculas) modifican su trayectoria, siendo necesario la vuelta a la actividad física propia de forma progresiva, lo que volverá a adaptar de nuevo esas líneas al trabajo requerido, pues, en caso contrario, se producirán nuevas fracturas y lesiones. - El velocista presenta una cabeza femoral con mayor eficacia funcional que la del individuo robusto.
En conclusión, el ejercicio aplicado a las necesidades especificas del esqueleto puede modificar, en parte, la estructura ósea, sobre todo si se empieza a ejecutar en temprana edad y con las cargas correspondientes, evitando sobrecargas deformante cuando aún no estén los huesos completamente formados.