En los últimos años se ha hablado de dietas milagrosas, que "consumen" la grasa del cuerpo humano en un tiempo reducido y que además, permiten comer prácticamente todo lo que se quiere.
Unas aseguran que la exclusión de uno de los principios inmediatos -proteína o ladrillos del cuerpo humano, carbohidratos o energía a corto plazo, grasa o energía acumulada para casos de emergencia alimenticia- y el uso -o abuso- de los otros dos es lo que hace expulsar al cuerpo los kilos que le sobran; otras afirman que la causa de la obesidad consiste en tomar en la misma comida alimentos aparentemente incompatibles. Se dicen cosas tan peregrinas como que la cantidad de calorías no es importante que es posible perder un kilo diario durante treinta días seguidos.
Evidentemente, todo esto no es cierto. Se trata de una mentira comercial, que sólo ha dado resultado en muy contados casos -los que tenían una anomalía patológica que únicamente se curaba así. Porque una dieta auténtica -la que sirve para todos- tiene que cumplir una serie de requisitos indispensables para que los obesos logren su objetivo de perder peso de sus depósitos grasos no de agua intracelular o su musculatura. Quitar kilos del agua acumulada en nuestras células y no bajo nuestra piel -el agua constituye más de dos tercios del peso del cuerpo humano- sería exponernos a una flacidez absoluta y al peligro de la deshidratación, que en casos graves llega a producir la muerte.
Perder músculo implica descenso del tono, carencia de un tejido de sostén que nos proporciona la turgencia y el necesario aire juvenil. Además, la pérdida del músculo disminuye el metabolismo basal: nuestro gasto calórico obligatorio para el mantenimiento de las necesidades del cuerpo en reposo.
Quitarse los kilos que sobran sólo se puede conseguir -para que presentemos un aspecto impecable, no volvamos a engordar y tengamos energía- mediante la combinación del ejercicio con la dieta. Esta se hará disminuyendo nuestra ingestión calórica diaria en no más de 300 a 1.000 calorías -dependiendo su número de nuestro peso, actividad y sexo- para cumplir el objetivo de perder entre medio y tres cuartos de kilo por semana -más es peligroso y, por lo general, contraproducente-. Sin embargo, la primera semana bajaremos sobre un kilo y medio, debido a que al comer menos se vacía el tracto digestivo. Debemos hacer ejercicio seis días por semana, quince o veinte minutos diarios con pesas para fortalecer el músculo e impedir que disminuya, y cuarenta o cuarenta y cinco minutos aerobios -gimnasia sueca sin descansos, "jogging", baile continuado, bicicleta estática a 20 ó 25 kilómetros por hora-. Esto consume la grasa, un proceso que se potencia cuando se ha terminado el glucógeno: azúcar en depósito de los músculos.
De esta manera, el ritmo de adelgazamiento no se interrumpe, y podemos mantener una energía suficiente para el resto de nuestras actividades -algo que es imposible con determinados tipos de dietas drásticas-. Porque tenemos que aceptar el hecho de que las únicas dietas válidas son relativamente largas pero seguras. Una pérdida de peso ligera -entre 5 y 10 kilos- supone un tiempo entre dos y cuatro meses. Una pérdida grande -de 10 a 15 kilos, y a veces hasta 50 ó 60 puede suponer más de un año. No hay dietas "milagrosas" y quien caiga en la tentación de seguirlas se encontrará con la sorpresa de que la pérdida de kilos le devuelve un cuerpo peor -de aspecto mucho más obeso- y unos hábitos culinarios aún más desarreglados, porque las supresiones artificiales del apetito conllevan siempre volver a comer hasta la saciedad. Y es que la única dieta milagrosa es el ejercicio combinado con una buena nutrición.