El armazón sólido del cuerpo está compuesto por elementos más o menos rígidos, llamados huesos, que sostienen el cuerpo, le dan forma y protegen de diversos órganos que hay en su interior.
Los huesos pueden adoptar diversas formas. Así los hay largos (húmero, cúbito, radio, fémur, tibia, peroné), cortos (huesos del carpo y tarso), planos (omóplato, costillas, huesos del cráneo) e irregulares (vértebras). Se componen de periostio (membrana fibrosa que los recubre), tejido cartilaginoso calcificado o no, tejido óseo sin calcificar (osteoide) y calcificado (trama ósea) y médula ósea.
Los huesos no son estructuras muertas, sino órganos vivos y dinámicos cuya forma externa y estructura interna sufren cambios en respuesta al impacto de los estímulos exteriores.
La estructura ósea se hace rígida por la presencia de sales de calcio, y plástica y resistente por la sustancia colágena. En el niño prevalece esta última estructura, por lo que los huesos son elásticos y se deforman fácilmente; en el adulto, por el contrario, predominan las sales de calcio, siendo los huesos más rígidos aunque también más frágiles.
La vascularización de los huesos se afecta a través de arterias nutricias, periósticas y cápsulo-epifisarias.
El hueso crece en espesor y en longitud gracias a la actividad osteogénica del periostio y de los cartílagos de conjunción, respectivamente. En este crecimiento desempeñan un papel importante las glándulas de secreción interna, como lo son la hipófisis, el tiroides y las genitales.
Muchos huesos o porciones óseas son estructuras sólidas y compactas que se nutren a través de pequeños canales que contienen vasos sanguíneos. Sin embargo, si todos los huesos fueran estructuras sólidas y compactas de minerales serían más pesados de lo necesario para tener suficiente solidez y resistencia a la rotura. Por eso los huesos largos son huecos. Sólo son sólidos en su parte externa, y disponen de unas prolongaciones óseas y trabéculas que se extienden desde la estructura sólida exterior hasta el espacio medular (el hueco interior) para reforzar todo el conjunto. Este espacio medular está lleno de unas estructuras funcionales útiles y necesarias para el organismo. La médula ósea roja es el lugar donde se fabrican los hematíes, o glóbulos rojos de la sangre, y posee una capacidad de producción de dos o tres millones de hematíes por segundo. Con ellos sustituye a los glóbulos rojos que van muriendo (cada glóbulo vive unos cuatro meses). La médula ósea amarilla está compuesta básicamente de grasas; constituye un buen almacén de energía.
El número total de huesos en un adulto es de 208, aproximadamente, si bien este número tiende a disminuir por la posible fusión de dos o más huesos. Existe una relación constante entre la longitud de un hueso y la estatura de un individuo, porque con la ayuda de ciertas tablas se puede deducir, con notable aproximación, la estatura de la persona.
El esqueleto humano está dispuesto para adoptar la posición erecta, siendo el eje de sustentación del cuerpo la columna vertebral, constituida por una hilera de 33 huesos, llamados vértebras, superpuestos unos a otros. En el extremo superior de la columna vertebral, con una perfecta articulación de dos vértebras, se apoya en el cráneo. De los lados de las vértebras parten las costillas, que son unos huesos dispuestos en semicírculo, formando la caja torácica y que terminan en el centro del tórax, sobre el esternón, mediante cartílagos que dan elasticidad a la caja y permiten los movimientos de la respiración.
En la parte superior de la columna vertebral se inserta un sistema de huesos (omóplato, clavícula) que forman el hombro, y de los que parten las extremidades superiores; mientras que en la base de la columna hay otro sistema de huesos en forma de copa (pelvis) que sostiene los órganos abdominales y permite la articulación de los miembros inferiores que al unirse con la pelvis forman la cadera.
Las extremidades superiores e inferiores tienen estructuras análogas. Al hombro y a la pelvis se unen, mediante articulaciones, huesos largos (húmero en los brazos y fémur en las piernas); a éstos, y por una segunda articulación (codos y rodillas respectivamente), están unidas dos parejas de huesos (cúbito y radio en los brazos y tibia y peroné en las piernas). Finalmente, por medio de una tercera articulación se llega al complejo de los huesos de las manos y los pies (carpo y metacarpianos en la mano y tarso y metatarsianos en el pie).
La actividad física diaria a lo largo de toda la vida es necesaria para mantener el contenido en minerales del organismo dentro de unos niveles óptimos.
El sistema óseo está continuamente bajo la influencia de células que fabrican o destruyen las sustancias óseas. La actividad física fuerza y somete al hueso a tensiones que constituyen un estímulo necesario para el mantenimiento del delicado equilibrio existente entre su fabricación y su destrucción. Se sabe que el reposo en cama descalcifica rápidamente los huesos, provocando una atrofia ósea, u osteoporosis, que aumenta el riesgo de fracturas.