El pie está formado por huesos y músculos, está dispuesto formando bóvedas o arcos para sostener el peso del cuerpo tanto cuando está estático como en la marcha.
El peso del cuerpo se distribuye en dos áreas, talón y metatarso, formando una especie de trípode perfecto en condiciones normales.
La bóveda plantar ósea, está comprendida, entre las cabezas del metatarso y el apoyo del calcáneo, con una forma que no se adapta a ningún cuerpo geométrico conocido y cuya proyección sobre el suelo es la de un triángulo escaleno cuya base la constituye la línea que une el primer metatarsiano con el calcáneo y los otros dos lados por las lineas que unen el calcáneo con la cabeza del cuarto y quinto metatarsianos. Esta figura tiene la parte más alta en la cabeza del astrágalo.
La bóveda metatarsiana está delimitada, en la parte anterior, por la línea de las cabezas metatarsianas y en la parte de atrás se confunde con la bóveda plantar, por lo que sus límites no se pueden definir con exactitud.
La malformación de alguno de los huesos que forman el pie, músculos y arcos plantares, el uso inadecuado de calzados o ciertos hábitos e incluso ciertas posturas forzadas del pie, producen una deformaciones que requerirán un mejor conocimiento y detalle para poder adecuar un tipo de zapato que ayude a caminar mejor y que, en algunos casos fundamentalmente en la niñez, permitan corregir las desviaciones.
El empleo del calzado puede dar lugar a una alteración del peso a soportar por cada una de las partes; en condiciones normales y con el pie descalzo, el talón soportará algo más del 50% del peso total y el resto se distribuye entre las dos cabezas de los metatarsos; sin embargo el zapato con tacón va desplazando el peso hacia adelante, en función de la mayor o menor altura del tacón empleado.